¿Quién estará contigo en tu vejez?

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Sé que esta pregunta nunca te la haces porque la ves muy lejana. A mí también me pasaba lo mismo.  Mi concepto sobre la vejez siempre lo relacionaba con: rostros arrugados por el tiempo, cabellos canos y pasos lentos al caminar. Pensaba que mis padres iban a continuar el camino de mis abuelos y que escondido al final del camino me tocaría a mí.

Cuando me convertí en madre , me di cuenta que el tiempo avanzaba porque los pantalones y las zapatillas a mis hijos les iban  quedando chicos.  Una de las tantas mañanas que me miro al espejo, descubrí  más líneas y arrugas en mi rostro. Mi cuerpo ya no era tan esbelto como antes, comencé a sentir  dolores en él que antes no tenía . Mi hija mayor se casó, mi hija la segunda optó por una profesión muy exigente y a pesar de que sigue viviendo conmigo, nuestros tiempos de vernos y conversar son recortados, pero muy valorados.

Mi tercer hijo, me parecía haberlo tenido ayer y hoy es un pre-adolescente de 11 años.

¿Por qué la niñez y la adolescencia de mis hijos se me escapó  tan pronto?  Me quejaba porque cuando eran pequeños no me dejaban descansar, de púberes eran muy complicados y que el ser mamá añosa era muy difícil . Y hoy quisiera que aquellos tiempos volvieran.

Las anécdotas de las personas mayores hoy me enriquecen y me conmueven, cuando aquel caballero octogenario de chompa roja, quien me contó con admiración y brillo en sus ojos, sobre el amor de su vida, su esposa.

En ese momento, pensé en mi papi , quien siempre soñó con tener un nieto, que nació un año después de su temprano fallecimiento.

¿Cuánto amor podríamos  haber recibido todos de parte de él?, seguiría acompañando a mi mami y mis hijos se enriquecerían con esa historias únicas e irrepetibles, que hacen de las personas mayores un manantial de sabiduría.

Robin Sharma, en su libro  “¿Quién te llorará cuando mueras?” Me lleva a preguntarme:¿Cómo estamos construyendo nuestras vidas para que mañana nos recuerden y trascendamos en las siguientes generaciones?

Todo es tan rápido, tan intenso, tan competitivo  que nuestras agendas ya no tienen espacio para escribir en ellas.

Tener que llegar a casa y compartir con nuestra pareja,  destinar calidad de tiempo a nuestros hijos, honrar a nuestros padres por haber sido los gestores de nuestra existencia, dejan muchas veces de ser tan importantes como: Viajar, tener el cuerpo perfecto , ser exitosos y gozar de cosas materiales.

Hemos perdido la empatía hacia el otro, no tenemos  la paciencia de escuchar pero si queremos que nos escuchen.

Si nuestras vidas las seguimos construyendo, como decimos, para nuestros hijos, pero solo les enseñamos a recibir y no a dar ¿qué podemos esperar cuando lleguemos a la tercera edad?

Quizás nos quedemos acompañados de lo que poseemos, pero no de lo que dejamos de construir, nuestra familia.

Busquemos la razón de nuestra existencia en esta vida, dejemos que nuestro corazón nos conduzca hacia ella.

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