INSEGURIDAD VIRTUAL

 

 

Mi enamorada actual y yo nos conocimos en una conocida app de citas hace algunos años. Aunque en otros países la app se usa principalmente para conseguir sexo casual, en el caso peruanos las cosas son un tanto más… “conservadoras”.

Hablamos durante algunas semanas antes de concertar una cita, y cuando salimos se hizo evidente lo parecidos que éramos y lo bien que congeniábamos.

Como resultado salimos casi todos los días de esa semana, y las cosas siguieron marchando con viento a favor. Había solo una cosa que me preocupaba un poco, y es que, aunque ambos habíamos pasado los 20 años (y yo soy 3 años mayor que ella) de ser su enamorado, sería el primero o al menos el primero serio.

Y aunque su inexperiencia podía ser un factor en contra, terminamos por enamorarnos, y en poco más de un mes ya éramos enamorados: era oficial.

Todo iba excelente y podíamos agradecer el habernos conocido gracias a la app, cosa que podía resultar impersonal (y hasta un poco vergonzoso). Sin embargo, no pasaría mucho tiempo para que el mundo de las redes sociales empezara a generar problemas entre nosotros.

Recuerdo cómo un día ella empezó a contarme sobre su muy breve relación previa, y cómo detestaba que su enamorado la ignorase y no respondiera sus mensajes. – “Qué patán”- pensé. No me preocupé porque consideraba que yo no le haría ningún desplante y leería y respondería sus mensajes en un tiempo adecuado, como me lo permitiera mi día y de acuerdo con mi cercanía al celular en el momento, ya que, aunque como “millenial” lo uso constantemente, tampoco me gusta estar pegado a la pantallita del teléfono todo el tiempo.

Un día ella me mandó un mensaje mientras andaba ocupado, lo leí, pero por el trajín del trabajo no le pude responder en ese momento. Sin embargo, a ella le aparecía ya el famoso mensaje de “leído”. Más tarde ese día me hizo llegar sus reclamos: la había ignorado, tal como hacía el patán de su ex. Le expliqué de la mejor manera que había sido un pequeño olvido, que había estado ocupado y que no volvería a pasar confiando en que no volvería a recibir reclamos por el mismo tema.

No obstante, el episodio se repitió algunas veces más llegando a convertirse en una discusión. Parecía que el tema le molestaba mucho. Llegó incluso a llamarme un día solo para reclamarme el no haber respondido todas sus preguntas en un mensaje larguísimo que me envió pidiéndome que entre inmediatamente al celular a hacerlo. Yo le dije: -espera ya estamos hablando por celular- se negó volviendo a hacer referencia de sus episodios pasados.

Le expliqué mi punto de vista y traté de ser más cuidadoso con el tema, pensando que eso sería el fin de todos los problemas, pero estaba equivocado.

El siguiente problema relacionado a las redes sociales vino por cortesía de los celos. Tengo como amigas en Facebook a algunas de mis exes con las que terminé en buenos términos y por las cuales tengo un cariño natural. Ella me había preguntado sobre eso y yo le conté la verdad con naturalidad, sin esperar ningún tipo de reacción negativa. Sin embargo, al poco tiempo empezó a cuestionar algunos “likes” de estas chicas, dándome a entender que tenía que eliminarlas del Facebook para tenerla tranquila. Por supuesto, me negué, pero no sin ganarnos alguna discusión a raíz de eso.  Finalmente tuvimos una conversación larga y tendida donde le expliqué que sus celos eran infundados y que tenía derecho a tener a dichas chicas en mis redes sociales y eso no significaba que la amara menos.

Pero por supuesto, eso no fue todo llego el tan común cuestionamiento de la “hora de conexión”. ¿Por qué aparece que te conectaste a las 12 cuando me dijiste que te ibas a acostar a las 11? ¿ Has estado hablando con alguien más?”, me preguntó, sospechando de mí aunque nunca le di motivos. Nuevamente tuve que explicarle que sus inseguridades estaban sacando lo peor de sí misma.

Así, algunos otros absurdos episodios adornaron nuestra relación como: cuestionamientos por poner una foto de perfil de Facebook que no la incluía o haberla puesto y luego cambiado por otra que me parecía divertida.

Pensé, por un tiempo, que esto de las redes sociales era un arma de doble filo: por un lado, conecta a las personas y a veces, como en nuestro caso, las aleja también. Pero luego me di cuenta de que el verdadero problema no eran las redes sociales, eran sus inseguridades, y su perenne vigilancia y casi paranoia producto de estas.

La historia tiene un final feliz, por mi paciencia y amor por ella pudimos conversar y resolver todos esos tontos pleitos, entendiendo que hay usos correctos de las redes sociales y otros… no tan positivos. Tomó consciencia que su tranquilidad no era mi responsabilidad, pues yo no le daba motivos para celarme, eran sus propias inseguridades las que no le permitían ser plenamente feliz en nuestra relación, que por demás era (y sigue siendo) amorosa y muy bella.

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.